martes, 30 de enero de 2007

Historias de otras mentes

Historias de otras mentes


Hay momentos en los que una sóla persona puede merecer todo el odio que no siento por el resto de la humanidad. Usualmente en mis relatos ilustro a personajes de la vida diaria con los que he tenido el disgusto de encontrarme por esos caminos de Dios. Así que muchas veces esas personas que detesto quizás sólo detesto sus actitudes estám siempre rondando mi cabeza.


Aunque esa persona que detesto, no exista de verdad o sea tan sólo el remedo de alguien que pudo haber existido y que palidamente imitó alguno de sus rasgos más horrendos. Por ejemplo hace algunos años ya de Rayuela y de La Maga, a la que odié con todas mis fuerzas por ser la perra más egoista que pude conocer. Aunque algunos se hayan enamorado de ella y quizás hasta hayan sentido pena, yo jamás le perdonaré no haber atendido a la razón.


No la soporto y sin embargo yo pude haber sido una Maga, de no haber sido por la razón. Las mujeres que se creen que por parir un hijo han de ser tratadas con suma delicadeza, no están preparadas para proveer a sus hijos de la fuerza que necesitan. Una mujer con un hijo es energia pura, es razón para no sucumbir ante las adversidades, es empuje y es arrebato de esperanza para ese hijo que es su razón de vivir y ya no ella misma. Por eso mismo no soporto a las mujeres que van de víctimas como si por el hecho de tener un hijo y criarlo solas o no, con apoyo o sin él, se erigen a si mismas un podio en el que vanagloriarse de lo fuertes y decididas que son.


Toda la fuerza que poseen no es otra que la que les da su hijo y nada más. Porque sin ese pedacito de ellas, no serían ni madres ni heroinas. Sólo serían mujeres luchando por imponerse ante otras mujeres y buscando un podio o altar reluciente en el que posar sus culos y sus bo-ni-tos-za-pa-tos-de-ma-no-lo-bla-nik. Mujeres como la gaditana de 67 que haciendo un alarde de egoismo y gilipollez impresionantes, ha "decidido" ser madre a la edad en que debería ser abuela. No digo que la mujer tenga que quedarse en casa y no desarrollarse intelectual y laboralmente pero, creo que una cosa no quita la otra. Toda esa onda Sexo en Nueva York está bien para una serie de neuróticas pero, no para la vida real.


Desde luego y pese a que La Maga me parezca uno de los personajes más irritantes, ésta carta es de las más tiernas que he leido en mi vida, aunque muestre el enorme egoismo del que era capaz esa zorra tarada de La Maga.


Bebé Rocamadour, bebé, mon bebé. Rocamadour :

Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que alguna vez, Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo, de vez en cuando tengo que secarme el dedo porque se moja de lágrimas. ¿ Por qué, Rocamadour? No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el borsch que había hecho para Horacio; vos sabés quién es Horacio, Rocamadour, el señor que el domingo te llevó el conejito de terciopelo y que se aburría mucho porque vos y yo nos estábamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París; entonces te pusiste a llorar y él te mostró como el conejito movía las orejas; en ese momento estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás, Rocamadour.

Rocamadour, es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza está llena de remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y la crema, todo tirado por el suelo. Menos mal que cuando venga Horacio ya habré limpiado, pero primero tenía que escribirte, llorar así es tonto, las cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du Havre. Cuando estemos juntos te lo contaré, verás. Puisque la terre est ronde, mon amour t’en fais pas, mon amour, t’en fais pas... Horacio la silba de noche cuando escribe o dibuja. A ti te gustaría, Rocamadour. A vos te gustaría, Horacio se pone furioso porque me gusta hablar de tú como Perico, pero en el Uruguay es distinto. Perico es el señor que no te llevó nada el otro día pero que hablaba tanto de los niños y la alimentación. Sabe muchas cosas, un día le tendrás mucho respeto, Rocamadour, y serás un tonto si le tienes respeto. Si le tenés, si le tenés respeto, Rocamadour.
Rocamadour, madame Irène no está contenta de que seas tan lindo, tan alegre, tan llorón y gritón y meón. Ella dice que todo está muy bien y que eres un niño encantador, pero mientras habla esconde las manos en los bolsillos del delantal como hacen algunos animales malignos, Rocamadour, y eso me da miedo.

Cuando se lo dije a Horacio, se reía mucho, pero no se da cuenta de que yo lo siento, y que aunque no haya ningún animal maligno que esconde las manos, yo siento, no sé lo que siento, no lo puedo explicar. Rocamadour, si en tus ojitos pudiera leer lo que te ha pasado en esos quince días, momento por momento. Me parece que voy a buscar otra nourrice aunque Horacio se ponga furioso y diga, pero a ti no te interesa lo que él dice de mí. Otra nourrice que hable menos, no importa si dice que eres malo o que lloras de noche o que no quieres comer, no importa si cuando me lo dice yo siento que no es maligna, que me está diciendo algo que no puede dañarte. Todo es tan raro, Rocamadour, por ejemplo me gusta decir tu nombre y escribirlo, cada vez me parece que te toco la punta de la nariz y que te reís, en cambio madame Irène no te llama nunca por tu nombre, dice l’enfant, fíjate, ni siquiera dice le gosse, dice l’enfant, es como si se pusiera guantes de goma para hablar, a lo mejor los tiene puestos y por eso mete las manos en los bolsillos y dice que sos tan bueno y tan bonito.

Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegará en seguida. ¿Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour. Ya no lloro más, estoy contenta, pero es tan difícil entender las cosas, necesito tanto tiempo para entender un poco eso que Horacio y los otros entienden en seguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo tenerte conmigo, darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o jugar, no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que él busca y que también buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también buscarás como un gran tonto.

Es así, Rocamadour: En París somos como hongos, crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en lo que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se duerme y el libro va a parar abajo de la cama, hay peleas terribles porque los libros no aparecen y Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día aparecen y nos reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro par de zapatos, Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar el tocadiscos, pero donde ponerlo si la mesa está llena de libros. Yo no te podría tener aquí, aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa.

Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste. Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...

domingo, 3 de diciembre de 2006

Edipo

Edipo
"Madre, hay una sola."



Edipo amaba a su madre, eso estaba claro. Aunque ésta fuera una sicópata que torturaba a su abuela y que gastaba la totalidad del salario de su padre y la mitad del salario de Edipo en comprar cosas para aparentar que era una "señora bien".

Pero, Edipo la quería. La quería porque ella le quería incondicionalmente y no sólo porque él, como empleado de una compañía medianamente importante, tuviera un salario que la sacaría de ese barrio de clase media baja y la llevaría a una casa en una urbanización "buena". No, ella le quería de verdad. Y le preparaba comidas muy ricas cuando llegaba a casa, muy tarde por la noche. Y le compraba ropa cada vez más grande, porque Edipo no comía adecuadamente porque había que pagar el televisor de plasma nuevo.

Por eso Edipo eligió a una chica que le recordaba a su madre. Una que le trataba bien, porque le quería de verdad y no porque le viera sólo como un amigo con el que salir a menudo. Y la madre de Edipo se sintió insegura, y entonces inició una guerra contra la chica de Edipo, y Edipo se quedó con su madre.

Edipo siempre podrá contar con su madre. Y la madre siempre podrá contar con Edipo, porque el hijo mayor ya casi mató a su padre y la menor cuida de él. Y Edipo, Edipo cuida de su madre, y de la casa en la urbanización buena, y de las plantas que riega por las mañanas. Los niños que van al colegio se rien de ese viejo de cabellos blancos y todavía solterón que aun se estremece al oir los gritos de su madre. Pobre Edipo, debió escapar cuando aun tenía fuerzas.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Little Miss Muffet

Little Miss Muffet sat on a tuffet,
Eating her curds and whey.
There came a big spider,
Who sat down beside her.
And frightened Miss Muffet away!



La pequeña señorita Muffet, era muy osada. Solía sentarse en los bancos de las plazas a comer tranquilamente y a ver pasar a la gente. Algunas veces un hombre (y muy de vez en cuando una mujer) se le acercaba y le hacía proposiciones indecorosas pensando que con eso la intimidarían. Cuanto se equivocaban los pobres desdichados.

La pequeña señorita Muffet, como ya dijimos, era muy osada y hasta podriamos decir que temeraria. Le encantaba provocar a los demás, mostrarles que era asequible y que era una presa fácil. Claro que llegado el momento, la señorita Muffet huía dejando a sus víctimas con las ganas de más o con una satisfacción efímera.

Hasta que un día apareció un hombre mucho más osado que la pequeña señorita Muffet. Un hombre de esos a los que se mira a la cara y se ve nuestro temor reflejado en sus ojos. La pequeña señorita Muffet se estremeció de gozo pensando en que sería todo un reto añadirle a la lista de sus víctimas. Cuanto se equivocaba.

Cuando ese hombre terminó con la pequeña señorita Muffet, ésta, tenía el corazón destrozado, las marcas de los maltratos psicológicos grabadas en su cerebro y las huellas de los puños de ese cretino en las paredes. Además un préstamo que pagar al banco y un hijo que iba a abortar. Definitivamente, la próxima vez que viera un extraño acercarse, la pequeña señorita Muffet se iría corriendo, aunque sólo fuera una araña muy grande.

jueves, 23 de noviembre de 2006

No existen los cuentos de hadas

Alicia tomaba té con el Sombrero Loco y el Conejo, mientras el reloj señalaba una y otra vez que era tarde. Si, claro que era tarde llevaba una semana entera bebiendo aquella copa con absenta y el té se había enfriado. Unos extraños hongos insistían en que los comiera pero, su gata le había advertido contra el abuso de la Amanita.

Caperucita estaba cansada de llevarle la misma cesta una y otra vez a su abuela, que lejos de ser una amable viejecita, era una madura mujer, algo cascarrabias y adicta al Prozac. El Lobo la observaba desde detrás de un árbol, mientras se relamía porque Caperucita estaría mucho mejor que la Abuelita, de eso no había dudas. Además el asunto con los tres cerditos le había dejado muchas dudas acerca de su sexualidad y debía zanjar todo ello.

No esperen encontrar cuentos de hadas con finales felices, sino todo lo contrario. Ya se los he advertido, no digan que no les avisé.